Mi principal interés en
participar de esta salida, fue su duración -2 días- lo cual me
daría la posibilidad de ventilar la carpa que estaba bien guardada
desde mi primera travesía entre Bariloche y SM de los Andes que
algún día contaré.
La semana previa al viaje, la pasé
consultando compulsivamente los pronósticos extendidos de "The
Weather Channel", que anunciaban un fin de semana fresco y
soleado, tiempo ideal para el pedaleo. La mañana del viernes mostró
un pequeño cambio en el pronóstico que ahora anunciaba un finde
“algo nublado y fresco y con muy baja probabilidad de lluvias”
nada alarmante ni mucho menos.
El sábado, a causa de la
inquietud previa al viaje me desperté mas temprano que lo habitual.
A eso de las 5 AM estaba preparando el desayuno y acomodando los
bártulos que, curiosamente, ocupaban casi tanto espacio como los que
cargué durante 7 días, por los caminos del sur. Miro por la
ventana y el día pintaba excelente así que añadí a la carga un
protector solar, con lo cual esperaba estar a cubierto del sol
primaveral.
Pasadas las 8 AM salí rumbo a
Caballito, para unirme con el grupo. Allí, previa carga de las bicis
en el trailer, abordamos el tren con destino a Merlo. El viaje sin
las bicis fue cómodo y distendido y hasta tuvimos la oportunidad de
experimentar un vagón doble piso, en el que por momentos me sentí
en otros lares. Durante el viaje, nos acompañó la duda acerca de sí
el ramal Merlo-Lobos iba a funcionar o no ese sábado. Por ello,
barajamos la posibilidad de hacer ese trayecto pedaleando o en
colectivo. Finalmente el tren anduvo y llegamos a Marcos Paz a la
hora prevista.
En Marcos Paz, mientras
esperábamos la llegada de las bicis, el grueso del grupo, optó por
un refuerzo de desayuno mientras que Sendero y yo nos quedamos un
rato afuera, charlando y mirando de reojo como el tiempo iba
desmejorando de una manera impensada hasta sólo unos minutos atrás.
Con las bicis ya listas, para
arrancar la travesía, una enorme nube negra se había estacionado
sobre nuestras cabezas. Es una nube pasajera, creí escuchar que
decía Coty Oswald: Esta expresión, provenía de una experta lo que
me dio mucha tranquilidad para encarar el camino. Al iniciar el
viaje, nos acompaño una leve garúa que pronto se convirtió en una
molesta llovizna. Todos pensábamos, que pronto nos abandonaría,
pero nos equivocamos ...... La pertinaz llovizna se convirtió en
intensa lluvia, que con altibajos nos acompañó hasta nuestra
primera parada en Villars.
Camino a Villars, una calle
cerrada de manera inconsulta por un barrio privado, nos obligó a
nuestro primer desvío. Cruzamos un alambrado para llegar a la vía
del tren que por suerte es territorio federal y por lo tanto de libre
tránsito. De esta forma, ya bajo intensa lluvia, sorteamos el
inesperado obstáculo, a través de un hermoso trayecto por ocasiones
dentro de una arboleda que bordeaba las vías y en otras atravesando
con algún esfuerzo viejos y deteriorados puentes ferroviarios.
Cuando llegamos a Villars la lluvia había amainado, mi elemental y
algo trucha campera de lluvia había cumplido su cometido y para
tranquilidad de todos encontramos un boliche abierto, donde saciar
nuestra sed y comer algo, antes de continuar la travesía. Nos
alimentamos mayoritariamente con milanésas o pastas. Nos hidratamos,
algunos con cerveza, y otros; ignorantes de cualidades isotónicas de
la birra, se inclinaron por el Gatorade, ¡pobrecitos! Promediando
el almuerzo notamos que la lluvia había parado. Maldición, va ser
un día hermoso .....
Nos disponíamos a partir, cuando
la lluvia comenzó de nuevo y esta vez, decidió acompañarnos
durante toda la tarde hasta casi la llegada a destino. El abundante
barro en ciertos lugares del camino indicaba recientes lluvias
torrenciales. Disfrutaba de la lluvia en mi rostro cuando un
inesperado llamado de la naturaleza, me hizo apartar del grupo para
aprovechar el reparo y privacidad que brindaba una añosa cortina de
Eucaliptos. Ahí estaba ca .... vilando, cuando el zumbido de una
abeja, que sobrevolaba mi cabeza me trajo recuerdos de otros tiempos.
Fue entonces, cuando me di cuenta que había transitado ese mismo
camino durante años y casi sin haberlo visto, .... Que distinto se
ve todo desde la bici, gracias a dios que vine, pensé...
Cumplido el mandato natural, me
reincorporé al grupo que, más por prudencia que por pudor, me
esperaba unos 700 metros adelante. Pocos minutos después, cruzamos
el arroyo ”El Durazno” que en ese momento se veía con buen
caudal de agua, producto, seguramente, de lluvias fuertes en la parte
alta de la cuenca.
Finalmente tras casi 40 Km de
tierra, barro, vías y puentes ferroviarios con su ya folklórica
falta de durmientes, llegamos a destino, Lozano. Lozano es hoy, un
agónico caserío, donde sus construcciones más destacadas son un
almacén ubicado en el cruce de caminos, la escuela, la vieja
estación de trenes y justo enfrente, la pulpería, seguramente el
embrión de un pueblo que no fue.
Luego de dejar las bicis en el
andén de la vieja estación, organizamos nuestro aposento para esa
noche ....el viejo galpón de la estación.. Dado el mal tiempo
reinante ni atiné a armar la carpa y acomodé mis petates en el
galpón.. Hecho esto, dimos una pequeña vuelta por el caserío y
mientras Guillermo me instruía sobre la arquitectura de la estación,
construida por una empresa francesa, Leonel deslizó una frase que me
conmovió “desmantelar los ferrocarriles, es equivalente a
dinamitar las rutas”: ¡¡¡Cuanta verdad!!!
El tiempo inclemente invitaba al
viejo boliche donde un grupo armó una mesada de truco, con vino y
todo, en tanto otros conversaban amuchados cerca de la salamandra.
Serían las seis de la tarde cuando, en bicicleta, llegó un paisano
que acodado al mostrador, pidió un vino.
A eso de las ocho se sirvió la
cena, unos ravioles caseros como los que hacia mi vieja y que a
veces, bajo su estricta supervisión, yo cortaba con una ruedita
metálica de bordes ondulados. Me comí dos platos repletos y
hubieron quienes dieron cuenta de tres. De postre pastelitos
rellenos con dulce de membrillo. Todo tan light que le haría agua
la boca al mismísimo Cormillot. Cuando nos retiramos a dormir el
paisano seguía ahí, apurando vaso tras vaso, no sabemos como hizo
para llegar a su casa pero, al día siguiente, desde el boliche nos
confirmaron que llegó bien.
Cuando el grueso del grupo llegó al galpón, ya había quienes
estaban en brazos de Morfeo y lo hacían notar con ronquidos con
diversas tonalidades y ritmos. Hubo algunos minutos de algarabía y
comentarios varios sobre nuestros somnolientos amigos, hasta que
lentamente todos quedamos dormidos. Durante la noche, se escucharon
algunos ruidos en el galpón que parecían provenir del techo, hubo
distintas conjeturas sobre su origen, desde aquellas que los
atribuían a algún tipo de alimaña, a las que los adjudicaban a
cuestiones meramente físicas. Yo, por mi parte, me inclino a pensar
que se trataba del fantasma del último jefe de la estación, quizás
disconforme con nuestra presencia en el lugar.
La
mañana siguiente se presentó fría pero ya sin riesgo de lluvias.
Luego de un pantagruélico desayuno en el cual sobresalieron las
tortas fritas y el café con leche recién ordeñada, arrancamos con
destino a Luján.
La lluvia del día anterior, nos
depararía variados caminos, desde aquellos en los cuales la lluvia
contribuyó a compactar la arena, hasta otros en los cuales
tuvimos que transitar por complicadas y barrosas huellas. Luego de
algunas horas de marcha llegamos a Enrique Fynn, antigua estación
ferroviaria ya sin vías, donde visitamos una antigua y modesta
capilla. Mientras algunos disfrutaban fotografiando el edificio,
otros observaban con malicia y algo de gula, los corderos que
pastaban en el campo vecino, imaginándolos tal vez como nuestro
próximo almuerzo.
Saliendo de Fynn, comencé a
sentir mucha dificultad para hacer avanzar la bici pero con esfuerzo
seguí adelante. Cinco kilómetros más adelante Alejandro notó la
falta de su celular y tuvo que regresar en su búsqueda,
afortunadamente lo encontró frente a la capilla. El resto del grupo
continúo hacia Plomer donde estaba previsto el almuerzo, a poco de
andar veo que mi rueda delantera está baja. Luego del obligado
reemplazo de la cámara la bicicleta rueda mejor, evidentemente venia
con la rueda baja desde unos cuantos kilómetros atrás. El pinchazo
me hizo ver con total claridad que mi vieja y querida Tioga que me
acompaño por tantos caminos, había llegado a su fin
Al llegar al Plomer, ya bajo un
sol intenso, nos acomodamos en la estación donde almorzamos y
descansamos un rato. En eso estábamos cuando un grupo de
motociclistas aparece transitando por las vías en dirección a La
Choza, así es más fácil pensé.
Nuestros próximos destinos eran,
La Choza, Sommers y finalmente Luján pero faltaba mucho aún. El
tramo a La Choza fue por la vía y al llegar estaba casi convertido
en un experto en el cruce de puentes ferroviarios donde siempre
falta algún durmiente en el lugar más inesperado. Atrás había
quedado aquel mal recuerdo de mi primer travesía en bici en la cual
quedé varado sobre el arroyo Las Garzas durante más de 15 minutos
hasta que alguien acudió a mi rescate.
Pasando Sommers, y tras unos
cuantos Km de un camino durísimo, aprovechando la parada sobre un
puente para sacar algunas fotos fui invitado a abordar la camioneta
para descansar un rato. Mi “biciestima”, me mantuvo sobre las
dos ruedas y a los pocos Km llegamos a la ruta 47 que tras algo mas
de 14 Km de asfalto que transcurrieron con placer, llegamos a la
estación de Luján justo para abordar el tren.
Viajamos cómodos y llegamos a
Caballito algo pasadas las 20 horas, como la camioneta había tenido
un pequeño desperfecto, aprovechamos la espera para comer algunas
pizzas y tomar algo. A las 22.30 estaba a punto de ingresar a la
ducha. Había terminado uno de mis mejores viajes en bici.
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