lunes, 9 de junio de 2014

PEDALEANDO DE BARILOCHE A SAN MARTÍN DE LOS ANDES



Aquel enero de 2013, me quedé con la sangre en el ojo. Pasé mis vacaciones en Villa La Angostura, sin mi bici y casi muero de envidia al ver como muchos ciclistas disfrutaban los increíbles caminos de la comarca. De tanto envidiar, un día alquilé una bici para dar un mini paseo por los alrededores de la Villa y fue tal mi entusiasmo con la experiencia que al volver del mismo escribí en mi Face  “cuando regrese a Buenos Aires, me pongo a organizar un viaje en bici por el sur”. 

Dos amigos, colegas pedaleros del CAP, al leer mi comentario lo tomaron en serio y ya no hubo vuelta atrás.  En pocos días había diseñado la logística básica del viaje y de forma expeditiva coordinamos agendas para arrancar la gira antes de fin de febrero. 

La idea inicial, modesta, fue unir San Martín de los Andes con Villa la Angostura. Sin embargo, el itinerario final fue Bariloche - Villa La Angostura - San Martín de los Andes por el camino de los 7 lagos. El cambio de planes, del que ahora me alegro totalmente, obedeció a que conseguimos una tentadora oferta para volar a Bariloche al precio del bus, así que no lo dudamos.

Temerosos por la suerte de nuestras bicis durante el viaje aéreo, optamos por despacharlas en cajas, que si bien son algo incómodas brindan una protección casi total a las máquinas.  El primer contratiempo se presentó en Aeroparque cuando a la hora de embarcar anunciaron que nuestro vuelo estaba demorado. Mal presagio pensé,.... pero por suerte la demora fue menor a una hora.

Ya en Bariloche, nos alojamos en el hostel Tango Inn Soho. No tengo una opinión formada de la calidad de lugar pero podría definirlo así “si sos joven  y buscás conocer gente,.... puede ser, si pretendés descansar olvidate”  La cena fue pizza libre y gaseosa en un boliche orientado al público local, abonamos 104 mangos en total, precio más cercano a Villa Martelli que a Bariloche.  Volvimos al hostel a dormir, cosa que logramos solo parcialmente, dado que nuestra habitación daba al jardín donde los huéspedes se reunían a charlar casi durante toda la noche.

Antes de las 8 de la  mañana estábamos armando las bicis en una pequeña tarima similar a un escenario, mientras éramos atentamente observados por los pocos huéspedes despiertos a tan temprana hora.  El proceso de armado de bicis y la disposición del equipaje, posiblemente por el alto grado de exposición, nos llevó más tiempo del esperado.  Finalmente, a eso de las 11,40 partimos en dirección a Villa La Angostura. A menos de 500 metros de la partida, tuvimos que detenernos para acomodar nuevamente la carga de uno de los tres mosqueteros que para entonces, que estaba totalmente fuera de su lugar. 

El día se presentaba inestable y ventoso pero no lo suficiente como para preocuparnos, estábamos contentos y disfrutando del pedaleo y el paisaje.  A pocos kilómetros de la partida, cruzando el Rio Limay nos encontramos con el emblemático “Boliche Viejo” y dada la hora decidimos que no estaría mal picar algo en el histórico lugar. 

Menú: Riñones a la provenzal, matrimonio, cuarto de pollo a la parrilla y ensaladas varias.  Bebimos agua y de “postre” una cerveza, ya que queríamos estar livianitos para la pedaleada. Al salir del Boliche y encarar la subida que nos esperaba, me di cuenta que, al menos yo, no lo estaba, pero….había que pedalear y pedaleamos. 

Terminada la subida, a los pocos km, giramos a la izquierda rumbo a La Angostura. A partir de ese momento el tiempo comenzó a desmejorar y el viento soplaba tan fuerte que lograba convertir las bajadas en subidas. El camino era duro, pero estábamos ahí, disfrutando el desafío.

Poco a poco, la estepa patagónica iba cediendo su lugar al bosque y en el momento que nos topamos con el brazo Huemul del lago Nahuel Huapi, el viento sopló con tal fuerza que me sacó de la ruta como si fuera una hoja.  Paramos un rato para ver el espectáculo del lago embravecido y discutir en que punto pasaríamos la noche y acordamos que sería un camping agreste, ubicado algo más allá de la mitad de camino entre Bariloche y Villa La Angostura.

En el momento que arreciaba la lluvia vimos algunas señales de actividad antrópica en la zona y a los pocos minutos nos encontramos en la entrada del camping “Los cipreses”, junto con nosotros pero en dirección opuesta llegó al lugar Marcos, una especie de Forrest Gump francés, que en ese momento recorría la Patagonia a paso vivo. Los cuatro, fuimos ese día, los únicos huéspedes del lugar.
 
Como aún era temprano para dormir y llovía mucho nos fuimos, francés incluido, a la casa de Norma y Leonardo, los encargados del camping. Mientras charlábamos de temas diversos dimos cuenta de un número indeterminado de Quilmes y hasta logramos sin pedirlo que Marcos pagase una.  Mientras conversábamos animadamente veo que Leonardo le hace una discreta seña a Norma y al ratito ella pone una sartén al fuego y empieza a preparar tortas fritas para todos. Como si el mundo se estuviese por acabar comimos cantidades industriales de tortas fritas acompañadas con  ensalada de caballa y tomates; todo regado con mate amargo y abundante cerveza en un maridaje que envidiaría el mismísimo Francis Mallmann. Pasadas las 11 de la noche cuando ya todos se habían ido a dormir me despedí de nuestros anfitriones y bajo una fuerte lluvia me fui  a mi flamante carpa, su bautismo de campaña no podría haber sido mejor…. llovió toda la noche.

A la mañana siguiente unos tímidos rayos de sol se colaban entre las nubes dando unos reflejos dorados en las montañas vecinas.  Iba a ser un día hermoso, rápidamente desarmamos las carpas y las pusimos a secar en la playa. Norma nos esperaba con café con leche y sándwiches de Salame y queso y Leonardo, nos enteramos luego, se había levantado temprano para pescar una trucha para nosotros, pero no tuvo éxito.  Cuando pedimos la cuenta, para emprender de nuevo el viaje, vimos que, ni las tortas fritas, ni el exquisito desayuno estaban incluidos. “Es nuestro regalo por la agradable compañía” dijo Norma a modo de justificación.  Casi tuvimos que enojarnos para que aceptaran el pago de todo lo consumido, es nuestro regalo, por tanta hospitalidad, dijimos.

El viaje a Villa La Angostura, parecía un trámite sin embargo, a pesar del día hermoso, el viento de frente unas veces y cruzado otras, nos hizo el tramo bastante dificultoso. Los camiones que se dirigían al paso Samoré tampoco ayudaban ya que nos pasaban finito al punto que más de una vez nos tuvimos que tirar a la banquina para evitar la succión que produce semejante mole pasando a alta velocidad.  No entiendo porque no tocan la bocina antes en lugar de hacerlo cuando ya están encima.

Como arrancamos temprano, al mediodía estábamos entrando a la Villa, justo con tiempo para ir a comer unas excelentes truchas regadas con buen vino, en un hermoso restaurante en la Bahía Mansa, con vista a la maravillosa.  Si van por la Villa no dejen de ir a este lugar perteneciente al Instituto de Seguridad Social de Neuquén, próximo al Mesidor, no se van a arrepentir. Terminado el almuerzo nos dirigimos al camping Unquehue, ubicado justo detrás del supermercado Todo. El camping estaba casi vacío así que de tanto lugar que teníamos para ubicar las carpas tardamos como una hora en decidirnos. Luego un baño caliente, una comida liviana y a dormir, la aventura recién comenzaba.

El tercer día arrancamos a eso de las 11 ya que el trayecto hasta el lago Espejo Chico iba a ser corto.  La subida hasta la bifurcación entre el camino que conduce al paso Samoré y la ruta de los siete lagos fue dura, pero en compensación nos regaló unos paisajes maravillosos que desde el asiento de la bici, parecen más bellos aún.  Luego de las consabidas fotos, frente a las señales que documentaban nuestra posición geográfica, continuamos el camino rumbo a San Martín y aferrados a las bicis en las impresionantes bajadas parecíamos chicos gritando y riendo mientras el viento aún tibio de un verano excepcional nos acariciaba el rostro.  Leonardo nos había recomendado las hamburguesas completas del camping Espejo Chico y a por ellas fuimos.  Como el camping cobraba por usar las duchas optamos por bañarnos en el lago, lo que no solo fue más económico, sino infinitamente más gratificante.

Como lo nuestro era un paseo habíamos planificado etapas cortas para disfrutar por igual del pedaleo y de cada rincón del camino.  La próxima parada sería Pichi Traful, por eso recién dejamos el lago Espejo Chico, pasado el mediodía, luego de dedicar parte de la mañana a caminar e intentar algunos lances con la caña de mosca que mi compañero llevaba.  En el bello y serpenteante camino que va desde el camping a la ruta de los siete lagos; posiblemente distraído con la abundante vegetación y el canto de los pájaros, tomé mal una huella y sufrí un revolcón que me provocó un raspón que requirió lavado, desinfección y vendajes varios. Nada grave pero si incómodo. Si bien el tramo a nuestro destino era corto, el intenso calor, las obras en la ruta, el tránsito de camiones afectados a éstas y el polvo que levantaban debido al seco verano 2013 hicieron de esta corta etapa una de las más duras de todo el viaje.  Llegamos al camping Pichi Traful al anochecer justo en el momento en que el cantinero estaba despachando una cerveza helada a un grupo de jóvenes. ¡¡¡Esa es mía!!!! Grité.  Sorprendidos nos miraron y la ver mi pinta de ninja decadente y la no mejor estampa de mis compañeros de viaje dijeron: Ok, es tuya, si la pagás claro.

El brazo Pichi Traful es hermoso, pero sombrío por su ubicación geográfica, así que el sol tarda en aparecer por la mañana y se pone muy temprano por la tarde. Al día siguiente llegamos al Lago Falkner luego de pasar por el Escondido y el Villarino transitando una ruta aún de ripio pero en obras que cuando listas facilitarán el desplazamiento de automovilistas y ciclistas a costa de afectar un paisaje paradisíaco, pero dada la infinita belleza del lugar esto solo será percibido por aquellos que alguna vez transitaron la antigua y angosta ruta de los siete lagos hoy a punto de ser reemplazada por una moderna carretera de asfalto.

En el Falkner nos enteramos que el camping del lago Hermoso estaba cerrado desde el 2011,  debido a la lluvia de cenizas provocada por la erupción del Volcán Puyehue, considerada la mayor de los últimos 10.000 años, por lo que no había lugar donde alojarnos.  Ante esta alternativa, a la mañana siguiente nos levantamos temprano para encarar los casi 45 kilómetros que median entre el Falkner y San Martín de los Andes.   Ese tramo del camino fue muy distendido, pasamos por lago Hermoso, donde descansamos un rato en la playa, deleitando nuestra vista, antes de regresar a la ruta. Continuamos pedaleando hasta el río Hermoso donde almorzamos en la Posada Cordillerana.  Lo que nos esperaba después del almuerzo y la charla con el simpático dueño de la posada sería una casi interminable subida desde Río Hermoso hasta el paraje Arroyo Partido, así llamado porque en ese punto el pequeño arroyo se divide en dos brazos, uno de los cuales desagua en el Atlántico y el otro en el Pacífico.  Pasado este punto, arrancamos, entre risas y gritos de alegría el último descenso de 15 km. a una velocidad media de 50 km. 

Arribo a San Martín de Los Andes, festejos, llamadas telefónicas, abrazos, alguna que otra lágrima y la promesa de volver.  Esa noche, los festejos se extendieron en una cena con cordero patagónico y buen vino; al día siguiente envolvimos las bicis y tomamos el bus de regreso a Bariloche. Había terminado a los 60 pirulos, mi primera aventura patagónica en bici, pronto contaré mi segunda travesía y como no hay dos sin tres ya estoy comenzando a planear mi próximo viaje para el 2015.


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