lunes, 9 de junio de 2014

PEDALEANDO DE BARILOCHE A SAN MARTÍN DE LOS ANDES



Aquel enero de 2013, me quedé con la sangre en el ojo. Pasé mis vacaciones en Villa La Angostura, sin mi bici y casi muero de envidia al ver como muchos ciclistas disfrutaban los increíbles caminos de la comarca. De tanto envidiar, un día alquilé una bici para dar un mini paseo por los alrededores de la Villa y fue tal mi entusiasmo con la experiencia que al volver del mismo escribí en mi Face  “cuando regrese a Buenos Aires, me pongo a organizar un viaje en bici por el sur”. 

Dos amigos, colegas pedaleros del CAP, al leer mi comentario lo tomaron en serio y ya no hubo vuelta atrás.  En pocos días había diseñado la logística básica del viaje y de forma expeditiva coordinamos agendas para arrancar la gira antes de fin de febrero. 

La idea inicial, modesta, fue unir San Martín de los Andes con Villa la Angostura. Sin embargo, el itinerario final fue Bariloche - Villa La Angostura - San Martín de los Andes por el camino de los 7 lagos. El cambio de planes, del que ahora me alegro totalmente, obedeció a que conseguimos una tentadora oferta para volar a Bariloche al precio del bus, así que no lo dudamos.

Temerosos por la suerte de nuestras bicis durante el viaje aéreo, optamos por despacharlas en cajas, que si bien son algo incómodas brindan una protección casi total a las máquinas.  El primer contratiempo se presentó en Aeroparque cuando a la hora de embarcar anunciaron que nuestro vuelo estaba demorado. Mal presagio pensé,.... pero por suerte la demora fue menor a una hora.

Ya en Bariloche, nos alojamos en el hostel Tango Inn Soho. No tengo una opinión formada de la calidad de lugar pero podría definirlo así “si sos joven  y buscás conocer gente,.... puede ser, si pretendés descansar olvidate”  La cena fue pizza libre y gaseosa en un boliche orientado al público local, abonamos 104 mangos en total, precio más cercano a Villa Martelli que a Bariloche.  Volvimos al hostel a dormir, cosa que logramos solo parcialmente, dado que nuestra habitación daba al jardín donde los huéspedes se reunían a charlar casi durante toda la noche.

Antes de las 8 de la  mañana estábamos armando las bicis en una pequeña tarima similar a un escenario, mientras éramos atentamente observados por los pocos huéspedes despiertos a tan temprana hora.  El proceso de armado de bicis y la disposición del equipaje, posiblemente por el alto grado de exposición, nos llevó más tiempo del esperado.  Finalmente, a eso de las 11,40 partimos en dirección a Villa La Angostura. A menos de 500 metros de la partida, tuvimos que detenernos para acomodar nuevamente la carga de uno de los tres mosqueteros que para entonces, que estaba totalmente fuera de su lugar. 

El día se presentaba inestable y ventoso pero no lo suficiente como para preocuparnos, estábamos contentos y disfrutando del pedaleo y el paisaje.  A pocos kilómetros de la partida, cruzando el Rio Limay nos encontramos con el emblemático “Boliche Viejo” y dada la hora decidimos que no estaría mal picar algo en el histórico lugar. 

Menú: Riñones a la provenzal, matrimonio, cuarto de pollo a la parrilla y ensaladas varias.  Bebimos agua y de “postre” una cerveza, ya que queríamos estar livianitos para la pedaleada. Al salir del Boliche y encarar la subida que nos esperaba, me di cuenta que, al menos yo, no lo estaba, pero….había que pedalear y pedaleamos. 

Terminada la subida, a los pocos km, giramos a la izquierda rumbo a La Angostura. A partir de ese momento el tiempo comenzó a desmejorar y el viento soplaba tan fuerte que lograba convertir las bajadas en subidas. El camino era duro, pero estábamos ahí, disfrutando el desafío.

Poco a poco, la estepa patagónica iba cediendo su lugar al bosque y en el momento que nos topamos con el brazo Huemul del lago Nahuel Huapi, el viento sopló con tal fuerza que me sacó de la ruta como si fuera una hoja.  Paramos un rato para ver el espectáculo del lago embravecido y discutir en que punto pasaríamos la noche y acordamos que sería un camping agreste, ubicado algo más allá de la mitad de camino entre Bariloche y Villa La Angostura.

En el momento que arreciaba la lluvia vimos algunas señales de actividad antrópica en la zona y a los pocos minutos nos encontramos en la entrada del camping “Los cipreses”, junto con nosotros pero en dirección opuesta llegó al lugar Marcos, una especie de Forrest Gump francés, que en ese momento recorría la Patagonia a paso vivo. Los cuatro, fuimos ese día, los únicos huéspedes del lugar.
 
Como aún era temprano para dormir y llovía mucho nos fuimos, francés incluido, a la casa de Norma y Leonardo, los encargados del camping. Mientras charlábamos de temas diversos dimos cuenta de un número indeterminado de Quilmes y hasta logramos sin pedirlo que Marcos pagase una.  Mientras conversábamos animadamente veo que Leonardo le hace una discreta seña a Norma y al ratito ella pone una sartén al fuego y empieza a preparar tortas fritas para todos. Como si el mundo se estuviese por acabar comimos cantidades industriales de tortas fritas acompañadas con  ensalada de caballa y tomates; todo regado con mate amargo y abundante cerveza en un maridaje que envidiaría el mismísimo Francis Mallmann. Pasadas las 11 de la noche cuando ya todos se habían ido a dormir me despedí de nuestros anfitriones y bajo una fuerte lluvia me fui  a mi flamante carpa, su bautismo de campaña no podría haber sido mejor…. llovió toda la noche.

A la mañana siguiente unos tímidos rayos de sol se colaban entre las nubes dando unos reflejos dorados en las montañas vecinas.  Iba a ser un día hermoso, rápidamente desarmamos las carpas y las pusimos a secar en la playa. Norma nos esperaba con café con leche y sándwiches de Salame y queso y Leonardo, nos enteramos luego, se había levantado temprano para pescar una trucha para nosotros, pero no tuvo éxito.  Cuando pedimos la cuenta, para emprender de nuevo el viaje, vimos que, ni las tortas fritas, ni el exquisito desayuno estaban incluidos. “Es nuestro regalo por la agradable compañía” dijo Norma a modo de justificación.  Casi tuvimos que enojarnos para que aceptaran el pago de todo lo consumido, es nuestro regalo, por tanta hospitalidad, dijimos.

El viaje a Villa La Angostura, parecía un trámite sin embargo, a pesar del día hermoso, el viento de frente unas veces y cruzado otras, nos hizo el tramo bastante dificultoso. Los camiones que se dirigían al paso Samoré tampoco ayudaban ya que nos pasaban finito al punto que más de una vez nos tuvimos que tirar a la banquina para evitar la succión que produce semejante mole pasando a alta velocidad.  No entiendo porque no tocan la bocina antes en lugar de hacerlo cuando ya están encima.

Como arrancamos temprano, al mediodía estábamos entrando a la Villa, justo con tiempo para ir a comer unas excelentes truchas regadas con buen vino, en un hermoso restaurante en la Bahía Mansa, con vista a la maravillosa.  Si van por la Villa no dejen de ir a este lugar perteneciente al Instituto de Seguridad Social de Neuquén, próximo al Mesidor, no se van a arrepentir. Terminado el almuerzo nos dirigimos al camping Unquehue, ubicado justo detrás del supermercado Todo. El camping estaba casi vacío así que de tanto lugar que teníamos para ubicar las carpas tardamos como una hora en decidirnos. Luego un baño caliente, una comida liviana y a dormir, la aventura recién comenzaba.

El tercer día arrancamos a eso de las 11 ya que el trayecto hasta el lago Espejo Chico iba a ser corto.  La subida hasta la bifurcación entre el camino que conduce al paso Samoré y la ruta de los siete lagos fue dura, pero en compensación nos regaló unos paisajes maravillosos que desde el asiento de la bici, parecen más bellos aún.  Luego de las consabidas fotos, frente a las señales que documentaban nuestra posición geográfica, continuamos el camino rumbo a San Martín y aferrados a las bicis en las impresionantes bajadas parecíamos chicos gritando y riendo mientras el viento aún tibio de un verano excepcional nos acariciaba el rostro.  Leonardo nos había recomendado las hamburguesas completas del camping Espejo Chico y a por ellas fuimos.  Como el camping cobraba por usar las duchas optamos por bañarnos en el lago, lo que no solo fue más económico, sino infinitamente más gratificante.

Como lo nuestro era un paseo habíamos planificado etapas cortas para disfrutar por igual del pedaleo y de cada rincón del camino.  La próxima parada sería Pichi Traful, por eso recién dejamos el lago Espejo Chico, pasado el mediodía, luego de dedicar parte de la mañana a caminar e intentar algunos lances con la caña de mosca que mi compañero llevaba.  En el bello y serpenteante camino que va desde el camping a la ruta de los siete lagos; posiblemente distraído con la abundante vegetación y el canto de los pájaros, tomé mal una huella y sufrí un revolcón que me provocó un raspón que requirió lavado, desinfección y vendajes varios. Nada grave pero si incómodo. Si bien el tramo a nuestro destino era corto, el intenso calor, las obras en la ruta, el tránsito de camiones afectados a éstas y el polvo que levantaban debido al seco verano 2013 hicieron de esta corta etapa una de las más duras de todo el viaje.  Llegamos al camping Pichi Traful al anochecer justo en el momento en que el cantinero estaba despachando una cerveza helada a un grupo de jóvenes. ¡¡¡Esa es mía!!!! Grité.  Sorprendidos nos miraron y la ver mi pinta de ninja decadente y la no mejor estampa de mis compañeros de viaje dijeron: Ok, es tuya, si la pagás claro.

El brazo Pichi Traful es hermoso, pero sombrío por su ubicación geográfica, así que el sol tarda en aparecer por la mañana y se pone muy temprano por la tarde. Al día siguiente llegamos al Lago Falkner luego de pasar por el Escondido y el Villarino transitando una ruta aún de ripio pero en obras que cuando listas facilitarán el desplazamiento de automovilistas y ciclistas a costa de afectar un paisaje paradisíaco, pero dada la infinita belleza del lugar esto solo será percibido por aquellos que alguna vez transitaron la antigua y angosta ruta de los siete lagos hoy a punto de ser reemplazada por una moderna carretera de asfalto.

En el Falkner nos enteramos que el camping del lago Hermoso estaba cerrado desde el 2011,  debido a la lluvia de cenizas provocada por la erupción del Volcán Puyehue, considerada la mayor de los últimos 10.000 años, por lo que no había lugar donde alojarnos.  Ante esta alternativa, a la mañana siguiente nos levantamos temprano para encarar los casi 45 kilómetros que median entre el Falkner y San Martín de los Andes.   Ese tramo del camino fue muy distendido, pasamos por lago Hermoso, donde descansamos un rato en la playa, deleitando nuestra vista, antes de regresar a la ruta. Continuamos pedaleando hasta el río Hermoso donde almorzamos en la Posada Cordillerana.  Lo que nos esperaba después del almuerzo y la charla con el simpático dueño de la posada sería una casi interminable subida desde Río Hermoso hasta el paraje Arroyo Partido, así llamado porque en ese punto el pequeño arroyo se divide en dos brazos, uno de los cuales desagua en el Atlántico y el otro en el Pacífico.  Pasado este punto, arrancamos, entre risas y gritos de alegría el último descenso de 15 km. a una velocidad media de 50 km. 

Arribo a San Martín de Los Andes, festejos, llamadas telefónicas, abrazos, alguna que otra lágrima y la promesa de volver.  Esa noche, los festejos se extendieron en una cena con cordero patagónico y buen vino; al día siguiente envolvimos las bicis y tomamos el bus de regreso a Bariloche. Había terminado a los 60 pirulos, mi primera aventura patagónica en bici, pronto contaré mi segunda travesía y como no hay dos sin tres ya estoy comenzando a planear mi próximo viaje para el 2015.


miércoles, 12 de marzo de 2014

LA PLATA – BARTOLOMÉ BAVIO 2012
(Campos Verdes de mi Tierra Natal)


Luego de un tiempo demasiado largo sin salidas rurales, por fin el 14 de Octubre, volví con el CAP, a los caminos bonaerenses. Desde la salida a Pereyra de fines de Julio estuve ausente de en las salidas rurales, primero por el ultra lluvioso Agosto y luego por nanas propias de la edad.

Todavía recuerdo la salida a Pereyra mezcla de paseo, circuito extremo, reserva natural y jardín botánico con más de 10.000 ha. de superficie. La gran variedad de árboles exóticos que pueblan el parque, se inicia, al parecer, con de la muerte de Simón Pereyra. Cuentan que su hijo Leonardo, abrumando por la responsabilidad de administrar las 13.000 hectáreas legadas por su padre, emprende un viaje de 3 años por Europa y Rusia.  Durante ese periplo, entre otras cosas junta semillas de plantas diversas con las que posteriormente instala un vivero en la estancia.

Tendría mucho que escribir sobre la salida a Pereya, pero como no lo hice en su momento solo recuerdo el pasaje por “la cantera” lugar que, supe por una compañera platense, ha sido escenario de palos históricos y hasta un caso de aplastamiento de vértebras protagonizado, por un ciclista poco afortunado. Por ello, si piensan ir solos a este lugar les recomiendo que no intenten esos lances, sobre todo si son como el que esto escribe avezados bikers del descenso,…. lo digo por Chacarita Juniors que se fue a la B Metropolitana y no por otra cosa, que quede claro.

Por último, el regreso a un ritmo promedio de pedaleo por encima de los 25 Km. por hora con picos de mas de treinta, me hizo sentir en algún momento el abuelo del viento y hasta me permití especular con alguna próxima salida de martes,…. veremos. Bueno, en este punto sigo en veremos, que le vamos a hacer.

Volviendo a la salida a Bartolomé Bavio (nombre de uno de los primeros pobladores de la zona) les diré que comencé los preparativos la noche anterior, armando mi vianda y refrigerando dos latas de cerveza que, luego a las 4.45 de la mañana relocalicé cuidadosamente en el freezer, con el propósito de lograr una temperatura tal, que me permitiese degustarlas al medio día bien heladas,…. y lo logré

El resto de las vituallas las acomodé casi de memoria y en un santiamén completé la capacidad del bolsito trasero, de modo tal que finalizada la carga en el pobre no cabía un alfiler. Entre otras cosas, el 14 quedará grabado en mi memoria como el primer día cargué todo lo necesario para una salida de bici. Desde protector solar a parches, desde el corcho anti calambres a la cerveza helada, todo estaba dispuesto. Tan obstinado y minucioso estuve en la preparación del equipaje que aunque cueste creerlo hasta un litro de agua llevé...

A las 7,30 de la mañana arranqué hacia Constitución; en Lima y San Juan me encuentro con “las chicas” que bien custodiadas, avanzaban en grupo compacto con dirección a la terminal ferroviaria. A poco de llegar a la estación el grupo se hizo numeroso. Eramos, calculo, casi 30 ciclistas dispuestos a pasar un día a toda bici y sol.

Esta vez compré el pasaje a La Plata con mi tarjeta SUBE, detalle que no deja de sorprenderme y que habla a las claras del esmero que puse en la logística previa al viaje para que, aunque sea por una vez, nada fallase. Ya en el tren entre charlas y jolgorios nos íbamos acercando a nuestro destino Platense. Cerca de Pereyra, Alejandra descubre una linda vista desde la ventanilla redonda del fondo del vagón y sacamos varias fotos, hermosa idea que intenté plasmar en la foto que ilustra el relato.

Llegamos a la estación y mientras algunos aprovechaban para comprar bebidas o algún sandwich otros hicieron una rápida pasada por los toilettes antes de arrancar el pedaleo. Allí, nos esperaban Diana y Adrián, que en esta oportunidad resignó el pedaleo y actuó de apoyo llevando en la camioneta los bártulos de todos y eventualmente alguna bici en problemas.

El día estaba radiante y si bien no hacia calor, los rayos del sol parecían querer abrir todavía más el “agujero de ozono”; una más, de las tantas consecuencias nefastas de la estupidez humana.

Tras tomar una diagonal y rodear algunas de las típicas y hermosas plazas Platenses tomamos la avenida 7 al sur y casi sin percibirlo en pocos minutos dejamos atrás la ciudad para adentrarnos en el campo que en ésta época y gracias a la gran humedad del suelo luce un color verde intenso que transmite energía.

Cuando finalmente dejamos atrás el asfalto ingresamos a un camino para el cual no tengo otra definición que “lamentable” una arcilla durísima llena de huellones y pisoteada por animales presagiaba un sufrido avance hacia Bavio. Por suerte el mal trago duró solo tres o cuatro kilómetros que parecieron 15. Luego ingresamos a un tramo donde rodar era un placer.

Diana fue la primera que pinchó, como hubo alguna que otra complicación y a la sazón por allí pasaba una carrera en la que participaba nuestro amigo Luis, decidimos esperar su paso, al cabo de unos cuantos minutos pasó el lote puntero en nutrido pelotón y Luis no estaba, hubo cierta decepción en todo el grupo pero igual aplaudimos el esfuerzo de los punteros.

Tras el pasaje de varios pelotones sin Luis, un cierto desaliento nos invadía a todos y no faltó quien espetara “Luisito se quedó a dormir en la casa” a lo que contesté “para que va a quedarse a dormir en la casa si puede dormir al aire libre en el sofá”… y en algo no me equivoqué, no se había quedado a dormir en su casa. Al cabo de unos minutos vemos acercarse un pelotón liderado por un ciclista de jersey lila y verde era Luis; entonces la barra estalló en vivas y aplausos y como repuesta el corredor nos saludó haciendo puchero y con un brazo en alto, maniobra temeraria que casi le cuesta una caída pero de la cual se recompuso en el acto.

Dejamos pasar unos minutos y reiniciamos la marcha antes que la totalidad de los ciclistas terminara la pasada por ese punto, por suerte a no más de un Km. Nuestro camino y el de los competidores tomaron rumbos distintos. Ahora un camino de conchilla bordeado de manzanillas y achicoria nos encaminaba directo a Bavio.

Ya a punto de alcanzar el corto tramo de asfalto que nos depositaria en el pueblo, Diego pincha. Hay una regla infalible en el ciclismo rural “si el día es muy caluroso o muy soleado las pinchaduras nunca serán a la sombra de un bosquecillo” en invierno por supuesto la regla se invierte. Cuando tras la parada monto mi bici, noto que mi rueda delantera estaba desinflada, dadas las circunstancias cargamos la bici en la camioneta y a bordo de la misma recorrí los últimos tres Km. hasta nuestro primer destino.

En Bavio comimos en la plaza del pueblo frente a la comisaría, por suerte la cerveza estaba a punto y la comida rica. Luego del almuerzo, arreglé la pinchadura como si supiese. Mientras comíamos Adrián recibe el llamado de Luis quien quería coordinar para encontrarse con el grupo. Se nos unió cerca de Correa donde paramos en un almacén de ramos generales y pulpería, realmente muy interesante. De allí el camino nos deparó un tramo de asfalto y luego unos cuantos Km. por vías abandonadas. En realidad debo decir por vías en desuso, porque abandonadas están absolutamente todas.

Al ingresar a las vías tras una pequeña subida pude comprobar que si bien mi técnica de pedaleo está un tanto estancada desde hace casi dos años; en caídas, tengo cientos de variantes algunas realmente imaginativas. En esta oportunidad puse en práctica la técnica que denomino “el tentempié” la cual consiste en un rápido rebote contra el piso que bien realizado te deja inmediatamente en posición vertical y con cara de nada. Al aplicar esta técnica es poco probable que alguien advierta tu caída pero si así sucediera como me sucedió la respuesta obligada es “todo bien, no pasó nada” aunque te estés cagando de dolor.

La jornada, aún nos deparaba más obstáculos corporizados en un camino de tierra ruinoso que revindicaba a aquel que nos recibió al comienzo de la travesía. En una huella aún cubierta por el agua la camioneta de apoyo tuvo que ser apoyada por los ciclistas que colaboraron para superar el trance. Algo más adelante un charco aún mayor obligó a un morador a abandonar su descanso y correr su vehículo, para permitir el paso de Adrián y su camioneta. Los últimos Km. por el camino destrozado dejaron mis asentaderas mas doloridas que si El Chúcaro se hubiera zapateado un malambo allí mismo, mientras Norma Viola batía palmas.

Lo que sigue fue la llegada a la Estación La Plata y un rápido abordaje del tren, un viaje de vuelta relajado, para muchos demasiado relajado ya que durmieron todo el viaje. De Constitución nos dividimos en dos grandes grupos los que fueron con dirección a Libertador y los que tomamos independencia.

Luego de un día intenso, de esfuerzo, diversión y camaradería, llegamos todos con buen ritmo y sin problemas. Al llegar a casa, saludé, me bañe, comí una rica pizza napolitana con tomates cherry que había preparado Selma y me desmayé hasta el lunes a las 6 de la mañana. A las siete fui a llevar los chicos al colegio, estaba feliz


jueves, 26 de septiembre de 2013

SALIDA SORPRESA DE PRIMAVERA



Mi principal interés en participar de esta salida, fue su duración -2 días- lo cual me daría la posibilidad de ventilar la carpa que estaba bien guardada desde mi primera travesía entre Bariloche y SM de los Andes que algún día contaré.
La semana previa al viaje, la pasé consultando compulsivamente los pronósticos extendidos de "The Weather Channel", que anunciaban un fin de semana fresco y soleado, tiempo ideal para el pedaleo. La mañana del viernes mostró un pequeño cambio en el pronóstico que ahora anunciaba un finde “algo nublado y fresco y con muy baja probabilidad de lluvias” nada alarmante ni mucho menos.
El sábado, a causa de la inquietud previa al viaje me desperté mas temprano que lo habitual. A eso de las 5 AM estaba preparando el desayuno y acomodando los bártulos que, curiosamente, ocupaban casi tanto espacio como los que cargué durante 7 días, por los caminos del sur. Miro por la ventana y el día pintaba excelente así que añadí a la carga un protector solar, con lo cual esperaba estar a cubierto del sol primaveral.
Pasadas las 8 AM salí rumbo a Caballito, para unirme con el grupo. Allí, previa carga de las bicis en el trailer, abordamos el tren con destino a Merlo. El viaje sin las bicis fue cómodo y distendido y hasta tuvimos la oportunidad de experimentar un vagón doble piso, en el que por momentos me sentí en otros lares. Durante el viaje, nos acompañó la duda acerca de sí el ramal Merlo-Lobos iba a funcionar o no ese sábado. Por ello, barajamos la posibilidad de hacer ese trayecto pedaleando o en colectivo. Finalmente el tren anduvo y llegamos a Marcos Paz a la hora prevista.
En Marcos Paz, mientras esperábamos la llegada de las bicis, el grueso del grupo, optó por un refuerzo de desayuno mientras que Sendero y yo nos quedamos un rato afuera, charlando y mirando de reojo como el tiempo iba desmejorando de una manera impensada hasta sólo unos minutos atrás.
Con las bicis ya listas, para arrancar la travesía, una enorme nube negra se había estacionado sobre nuestras cabezas. Es una nube pasajera, creí escuchar que decía Coty Oswald: Esta expresión, provenía de una experta lo que me dio mucha tranquilidad para encarar el camino. Al iniciar el viaje, nos acompaño una leve garúa que pronto se convirtió en una molesta llovizna. Todos pensábamos, que pronto nos abandonaría, pero nos equivocamos ...... La pertinaz llovizna se convirtió en intensa lluvia, que con altibajos nos acompañó hasta nuestra primera parada en Villars.
Camino a Villars, una calle cerrada de manera inconsulta por un barrio privado, nos obligó a nuestro primer desvío. Cruzamos un alambrado para llegar a la vía del tren que por suerte es territorio federal y por lo tanto de libre tránsito. De esta forma, ya bajo intensa lluvia, sorteamos el inesperado obstáculo, a través de un hermoso trayecto por ocasiones dentro de una arboleda que bordeaba las vías y en otras atravesando con algún esfuerzo viejos y deteriorados puentes ferroviarios. Cuando llegamos a Villars la lluvia había amainado, mi elemental y algo trucha campera de lluvia había cumplido su cometido y para tranquilidad de todos encontramos un boliche abierto, donde saciar nuestra sed y comer algo, antes de continuar la travesía. Nos alimentamos mayoritariamente con milanésas o pastas. Nos hidratamos, algunos con cerveza, y otros; ignorantes de cualidades isotónicas de la birra, se inclinaron por el Gatorade, ¡pobrecitos! Promediando el almuerzo notamos que la lluvia había parado. Maldición, va ser un día hermoso .....
Nos disponíamos a partir, cuando la lluvia comenzó de nuevo y esta vez, decidió acompañarnos durante toda la tarde hasta casi la llegada a destino. El abundante barro en ciertos lugares del camino indicaba recientes lluvias torrenciales. Disfrutaba de la lluvia en mi rostro cuando un inesperado llamado de la naturaleza, me hizo apartar del grupo para aprovechar el reparo y privacidad que brindaba una añosa cortina de Eucaliptos. Ahí estaba ca .... vilando, cuando el zumbido de una abeja, que sobrevolaba mi cabeza me trajo recuerdos de otros tiempos. Fue entonces, cuando me di cuenta que había transitado ese mismo camino durante años y casi sin haberlo visto, .... Que distinto se ve todo desde la bici, gracias a dios que vine, pensé...
Cumplido el mandato natural, me reincorporé al grupo que, más por prudencia que por pudor, me esperaba unos 700 metros adelante. Pocos minutos después, cruzamos el arroyo ”El Durazno” que en ese momento se veía con buen caudal de agua, producto, seguramente, de lluvias fuertes en la parte alta de la cuenca.
Finalmente tras casi 40 Km de tierra, barro, vías y puentes ferroviarios con su ya folklórica falta de durmientes, llegamos a destino, Lozano. Lozano es hoy, un agónico caserío, donde sus construcciones más destacadas son un almacén ubicado en el cruce de caminos, la escuela, la vieja estación de trenes y justo enfrente, la pulpería, seguramente el embrión de un pueblo que no fue.
Luego de dejar las bicis en el andén de la vieja estación, organizamos nuestro aposento para esa noche ....el viejo galpón de la estación.. Dado el mal tiempo reinante ni atiné a armar la carpa y acomodé mis petates en el galpón.. Hecho esto, dimos una pequeña vuelta por el caserío y mientras Guillermo me instruía sobre la arquitectura de la estación, construida por una empresa francesa, Leonel deslizó una frase que me conmovió “desmantelar los ferrocarriles, es equivalente a dinamitar las rutas”: ¡¡¡Cuanta verdad!!!
El tiempo inclemente invitaba al viejo boliche donde un grupo armó una mesada de truco, con vino y todo, en tanto otros conversaban amuchados cerca de la salamandra. Serían las seis de la tarde cuando, en bicicleta, llegó un paisano que acodado al mostrador, pidió un vino.

 
A eso de las ocho se sirvió la cena, unos ravioles caseros como los que hacia mi vieja y que a veces, bajo su estricta supervisión, yo cortaba con una ruedita metálica de bordes ondulados. Me comí dos platos repletos y hubieron quienes dieron cuenta de tres. De postre pastelitos rellenos con dulce de membrillo. Todo tan light que le haría agua la boca al mismísimo Cormillot. Cuando nos retiramos a dormir el paisano seguía ahí, apurando vaso tras vaso, no sabemos como hizo para llegar a su casa pero, al día siguiente, desde el boliche nos confirmaron que llegó bien.
Cuando el grueso del grupo llegó al galpón, ya había quienes estaban en brazos de Morfeo y lo hacían notar con ronquidos con diversas tonalidades y ritmos. Hubo algunos minutos de algarabía y comentarios varios sobre nuestros somnolientos amigos, hasta que lentamente todos quedamos dormidos. Durante la noche, se escucharon algunos ruidos en el galpón que parecían provenir del techo, hubo distintas conjeturas sobre su origen, desde aquellas que los atribuían a algún tipo de alimaña, a las que los adjudicaban a cuestiones meramente físicas. Yo, por mi parte, me inclino a pensar que se trataba del fantasma del último jefe de la estación, quizás disconforme con nuestra presencia en el lugar.
La mañana siguiente se presentó fría pero ya sin riesgo de lluvias. Luego de un pantagruélico desayuno en el cual sobresalieron las tortas fritas y el café con leche recién ordeñada, arrancamos con destino a Luján.
La lluvia del día anterior, nos depararía variados caminos, desde aquellos en los cuales la lluvia contribuyó a compactar la arena, hasta otros en los cuales tuvimos que transitar por complicadas y barrosas huellas. Luego de algunas horas de marcha llegamos a Enrique Fynn, antigua estación ferroviaria ya sin vías, donde visitamos una antigua y modesta capilla. Mientras algunos disfrutaban fotografiando el edificio, otros observaban con malicia y algo de gula, los corderos que pastaban en el campo vecino, imaginándolos tal vez como nuestro próximo almuerzo.
Saliendo de Fynn, comencé a sentir mucha dificultad para hacer avanzar la bici pero con esfuerzo seguí adelante. Cinco kilómetros más adelante Alejandro notó la falta de su celular y tuvo que regresar en su búsqueda, afortunadamente lo encontró frente a la capilla. El resto del grupo continúo hacia Plomer donde estaba previsto el almuerzo, a poco de andar veo que mi rueda delantera está baja. Luego del obligado reemplazo de la cámara la bicicleta rueda mejor, evidentemente venia con la rueda baja desde unos cuantos kilómetros atrás. El pinchazo me hizo ver con total claridad que mi vieja y querida Tioga que me acompaño por tantos caminos, había llegado a su fin
Al llegar al Plomer, ya bajo un sol intenso, nos acomodamos en la estación donde almorzamos y descansamos un rato. En eso estábamos cuando un grupo de motociclistas aparece transitando por las vías en dirección a La Choza, así es más fácil pensé.
Nuestros próximos destinos eran, La Choza, Sommers y finalmente Luján pero faltaba mucho aún. El tramo a La Choza fue por la vía y al llegar estaba casi convertido en un experto en el cruce de puentes ferroviarios donde siempre falta algún durmiente en el lugar más inesperado. Atrás había quedado aquel mal recuerdo de mi primer travesía en bici en la cual quedé varado sobre el arroyo Las Garzas durante más de 15 minutos hasta que alguien acudió a mi rescate.
Pasando Sommers, y tras unos cuantos Km de un camino durísimo, aprovechando la parada sobre un puente para sacar algunas fotos fui invitado a abordar la camioneta para descansar un rato. Mi “biciestima”, me mantuvo sobre las dos ruedas y a los pocos Km llegamos a la ruta 47 que tras algo mas de 14 Km de asfalto que transcurrieron con placer, llegamos a la estación de Luján justo para abordar el tren.
Viajamos cómodos y llegamos a Caballito algo pasadas las 20 horas, como la camioneta había tenido un pequeño desperfecto, aprovechamos la espera para comer algunas pizzas y tomar algo. A las 22.30 estaba a punto de ingresar a la ducha. Había terminado uno de mis mejores viajes en bici.

sábado, 22 de diciembre de 2012

EN JÁUREGUI


“Están todos medio locos”



Cuando a fines de Noviembre Soledad me preguntó que regalo, quería que Denise y ella me hicieran para mi cumpleaños número 60, no dudé. Una carpa bien liviana para la bici, le dije y hasta sugerí marca probable y puntos de venta. Ante tamaña generosidad, lo menos que podía hacer era por un lado facilitar las cosas y por otro asegurarme de recibir exactamente lo que quería.

A poco de comunicarle mi decisión sobre el regalo deseado, recibí un mail en el cual me decía “aprovechá, pedí, pedí” fue entonces que decidí agregar una alforja monovolumen a mi pedido inicial. Casi desfallezco de emoción, ante un nuevo mail en el cual “Coco” apodo de mi hija Soledad inspirado en el dientudo reptil y cuyo origen, dejo librado a la imaginación del lector, me sugirió agregar algo más al listado. Un par de medias de trekking le dije, .... no era cuestión de exagerar.

Sabiendo, que contaba con el equipo necesario para una travesía en bici y saliéndome de la vaina por estrenarlo, Jáuregui pintaba como la salida ideal de diciembre. Una excelente combinación de cena de camaradería, encuentro de amigos y brindis de fin de año. Una mini estadía en el club de remo “El Timón” con la posibilidad de la hacer pileta era algo difícil de resistir, así que allá fuimos.

Desde hace algo más de un año ronda por mi cabeza la idea de una travesía en bici y si bien un viaje a Jáuregui no es precisamente una travesía, pintaba como una buena oportunidad para probar como se comportaba la bici con las alforjas y como me comportaría yo ante una carpa enrollada esperando ser armada. Ambas pruebas fueron superadas, pero tenía algunas dudas que tendría que aclarar con alguien más experimentado en estas lides.

A medida que se acercaba el momento de la partida estaba más nervioso. El sábado me desperté a las 02.30 de la madrugada, contesté un mail de Sole quien sorprendida me respondió que hacia despierto a esa hora. En realidad yo no sabía que hacia despierto pero lo cierto que luego de dar interminables vueltas en la cama a las cinco de la mañana decidí poner fin a la historia, y me levanté para preparar todo lo necesario para salir .... ¡¡¡tres horas después!!!!

Pensando tener todo listo, arranco para el punto donde encontraría a Alejandra para guiarla a la estación Caballito. Al llegar la veo parada cerca de la comisaría. Como siempre, ésta vez también me olvidé algo y por la importancia de ese algo no tuve otra alternativa que hacer una paradita en casa camino a la estación. Al llegar allí, le pregunto a Sendero como se las arregla para cargar todo lo necesario para cruzar Los Andes en sus alforjas si las mías están que explotan cargando solo lo indispensable para una noche en Jáuregui: Me contesta, señalando las suyas. No sé. Las mías también están llenas. Tendré que experimentar pensé.....

Al rato llega la camioneta con Adrián, Diana, Sugus y Emilio, empezamos a cargar los bártulos y en eso estábamos cuando llama Horacio avisando que Luis M quien formaba parte del grupo de intrépidos que optó pedalear todo el trayecto evitando el tren, había sufrido una caída. Consecuencia: unos molestos raspones, prácticamente inevitables para quien pretenda andar en dos ruedas, así que pudo seguir con el grupo y algo magullado compartir el fin de semana con nosotros.

Los que fuimos en tren, al arribar a Moreno, nos dirigimos a la Petrobras cercana, donde nos esperaba el grupo que había decidido hacer todo el trayecto pedaleando. Nos aplicamos protector solar, tomamos algo y la emprendimos hasta nuestro primer destino General Rodríguez.

En Rodríguez, paramos en una placita frente a un súper chino donde pudimos comprar algo para el almuerzo, El mio consistió en una Heineken helada y un sandwichito de cocido y queso. A eso del mediodía totalmente pirados tomamos rumbo a Jáuregui bajo un sol abrasador y sobre polvorientos caminos que en apariencia no se correspondían con esta lluviosa primavera.

El calor era tanto que nos obligó a muchas paradas de hidratación. Al cabo de un rato la mayoría de las provisiones de agua estaban naturales y hasta tibias. Luis pedaleaba sin denotar problemas mientras que Yuri acusó un dolor en la rodilla que le dificultaba un tanto la marcha. El origen no se debía a una mala posición de pedaleo, tampoco al excesivo peso de su caja toráxica con relación a sus piernas, ni siquiera a agotamiento físico, sino a que durante la semana tuvo un “choque” con un taxi...

Faltando unos 10 ó 12 Km. para nuestro destino y ante un cruce de caminos hubo una diferencia de opinión entre Horacio y Sendero sobre que ruta seguir. Horacio apeló a su GPS (guía en papel satinado) y Sendero a su (mala) memoria. Finalmente seguimos la ruta sugerida por Sergio y a los pocos Km. encontramos en medio del camino una especie de pantano que interrumpía el paso por más o menos 300 metros, sin duda nos había tendido una emboscada.

Cuando ya los ánimos de muchos estaban alterados más que por el cansancio por la insoportable canícula, avizoramos un puente que tras ser cruzado nos depositaria en Jáuregui, un pueblito encantador con un ancho bulevar repleto de palmeras que prácticamente nos condujo a nuestro destino final en el club náutico El Timón.

Al ingresar al club los “nuevos” nos sorprendimos de la prolijidad de las instalaciones y luego del obligado paso por las duchas, nos dedicamos a invertir el tiempo en la contemplación de la naturaleza, tomar unos mates a orillas del río y beber una que otra cervecita hasta el anochecer.

En un momento dado un socio del club, cuya profesión como hincha de Chacarita que soy, valoro como las que más, invitó a dos de nuestras chicas a dar una vuelta por el río. Tras una ausencia suficientemente larga como para preocupar a más de uno, el trío de remeros retornó al muelle sin novedad.

A esa altura Horacio estaba a punto de encender el fuego para el asado de la noche. Al verlo actuar ante la parrilla nos invadió la duda. ¿Será tan buen asador como ciclista? No hubo coincidencia absoluta, pero el asado estaba de puta madre.

Luego del brindis hubo un conato de baile, al son de la música que propalaba Emilio con su equipo profesional. Pero como pan con pan comida de zonzo y había mucho pan el tema no pasó a mayores. A eso de las 0,30 enfilé enfilé disimuladamente para la carpa a disfrutar de la brisa nocturna. Casi dos horas después comenzó a llover y al ratito nomás llegaron los vecinos, Luis, Alejandra y Lucas. Ella preguntó en voz alta, si yo estaría despierto, y por supuesto me quejé de la gente inescrupulosa que no respeta el descanso de los mayores. .... espero haber roncado lo suficiente.............

A la mañana siguiente, cerca de las 9.30 la mayoría estábamos desayunando a pesar que continuaba lloviendo. Un grupo tenía pensado salir a dar una vueltita en bici a eso de las 10 de la matina. Yo no estaba muy convencido de hacerlo ya que la dureza del piso había hecho mella en mi cuerpo que estaba un tanto dolorido. Finalmente ante la promesa de Sendero de solo transitar caminos asfaltados me uní al grupo sin demasiado entusiasmo.

A poco de andar empezó a llover, y nuestras bicis se fueron lavando solas. Cuando estaban casi relucientes, tuvimos que enfrentar un pequeño sendero de tierra que el guía homónimo eligió por dos razones estaba en “buenas condiciones” y era corto. Fueron 850 metros de barro intransitable y hediondos chiqueros que nos separaban de una nueva cinta asfáltica. Antes de salir con el grupo, Capilla me había advertido que esto iba a pasar y ..... pasó.

De nuevo en la Ruta, las bicis lucían otra vez tapadas de barro y parecía que no iba a llover más, llegamos a Carlos Keen dimos una vuelta y paramos en la vieja estación, visitamos el centro de interpretación, pasamos por la iglesia, una escuela del siglo XIX y de vuelta a la ruta rumbo a Jáuregui, otra vez bajo una lluvia importante,

Senderito prometió esquivar el difícil tramo ya comentado y lo hizo. Nos llevó por uno más largo barroso y resbaloso pero firme abajo lo que terminó siendo una aventura inolvidable, … al menos para mi. Fue la experiencia lúdica más intensa que recuerdo desde aquel día de la primavera del 66, cuando en medio de una lluvia torrencial acampamos con un grupo de compañeros del colegio en la parada del 86 frente a las piletas olímpicas de Ezeiza y nos pasamos el día resbalando en el barro. Ojo que en mi vida hice muchas cosas y muchas muy divertidas, pero estoy hablando de JUGAR!!.

A esta altura Luquitas, cubierto de barro hasta los tuétanos, ya se había formado un acabado concepto del grupo “están todos medios locos” le dijo a Alejandra cuando le comentó que pensaba que iba a aburrirse bastante en medio de tanta gente mayor. Creo que va a ser difícil no verlo de vuelta por el grupo, bienvenido!!!!

De regreso al club, devoramos el famoso plato no gourmet denominado “torres de chenoa” compuesto en la ocasión por chorizos y vacío fríos (deliciosos). Lavamos las bicis, algunos desarmamos carpas, todos ordenamos los petates y pedaleamos prolijitos hacia Luján hasta donde nos acompañó de onda Germán, quien se hizo cargo del traslado de Yuri.

Durante el viaje Luis M me señala una suerte de estatua de un soldado de la Legión Extranjera y le comento “supongo que debe ser lo que quedó de una propaganda de unas hojitas de afeitar cuya marca era el nombre precisamente el nombre de ese cuerpo militar francés y cuyo slogan rezaba hojas de afeitar Legión Extranjera, duran la vida entera”.

Llegando a Liniers, nos bajamos y caminamos hasta la YPF de Cuzco y Juan B Justo donde bajamos las bicis y el equipo del trailer y tras los saludos cada uno a su casa. Muchos fuimos por Juan B Justo hasta Corrientes. Como Héctor había predicho, a las 9 estaba llegando a casa. Llamo por el portero a Gabriel para que me ayude con la alforja y en ese mismo momento llegaron las pizzas, Selma bajó a buscarlas así que justo a tiempo para comer. El viernes a la noche, por un momento pensé que la lluvia iba a empañar el finde. ¡Como me equivoqué!

lunes, 9 de julio de 2012

Ecoextreme Dos

Desde que apareció el calendario de Julio en la página del CAP, había planificado participar de la salida a Quilmes. La vista a aquella localidad del sur del gran Buenos Aires, tenía para mí un interés especial, no por el museo del transporte, ni siquiera por haber sido elegida en el siglo XVII, como el asiento para la reducción que albergaría a los últimos Quilmes. Sino porque allí se asentó, a finales del siglo XIX, la más importante y emblemática fábrica de cerveza del país.

Aquel domingo, me levanté temprano, para llegar a tiempo a Lima e Independencia, pero cuando subí la persiana del balcón para entrar mi bicicleta y darle los últimos aprontes, me vi envuelto en una niebla espesa y pegajosa. No obstante ello, llegué a divisar que el pavimento, tres pisos abajo, estaba totalmente mojado debido a la altísima humedad ambiente. El hecho me sumió en un estado de confusión mayor al habitual y perdí noción del correr del tiempo, luego de varias idas y vueltas, cuando finalmente estaba decidido a ir miro la hora y noto, con desazón, que eran las 9,35: Imposible llegar a tiempo al punto de encuentro así que sin alternativa me quedé en casa con bastante bronca aunque finalmente la pasé muy bien con los chicos y comiendo comida árabe que me encanta.

Ese domingo a última hora, Belu y Yamil se confabularon para hacerme sentir mal comentando lo bien que la habían pasado en la salida, Más tarde, Carla siguió dándome manija, escribiendo cosas como “nos salió a saludar el solcito de Julio!!!!. Así que me quedé rumiando bronca casi toda la semana que, para colmo, no dio mucho para andar en bici por la constante probabilidad de lluvia.

Por fin un viernes radiante, anunciaba un buen fin de semana. Así que ni ahí me iba a perder las Salida a Ecoextreme. Como preludio, el sábado, arranqué a las 9 una pedaleada rápida hasta la Estación Olivos del Tren de la Costa y a las 11,09 ya estaba duchándome en casa. Cuarenta y tres kilómetros y 200 metros en dos horas y piquito no está mal para el trayecto “de casa a Olivos y de Olivos a casa”.

El domingo tomé todos los recaudos para que durante la salida no faltara nada, el sábado a la tarde había comprado cuatro birras x 500 cc y tomé la precaución de poner un gel refrigerante el freezzer para que al momento del almuerzo el frescor de la bebida no dependiera solamente de la temperatura ambiente. El contenido del bolso Halawa para la salida fue el siguiente: 4 latas de cerveza y gel refrigerante, una remera térmica manga larga y un montón de boludeces que no perderé tiempo en enumerar.

A las 8,20 arranqué tranquilo camino a Retiro, por Santa Fe. Este trayecto no habitual tenía por objetivo tratar de encontrar a alguien en el camino, sabiendo que Horacio está por Santa Fe y Callao y adicionalmente ingresar a Retiro bajando desde el Plaza Hotel y pasando velozmente frente al Sheraton para evitar transitar por la vereda de las estaciones hasta el ferrocarril San Martín. Calculé la bajada de modo de llegar a libertador con semáforo verde y en el trayecto hacia la curva a la izquierda al final de la plaza alcancé los 45 Km. Mientras que una automovilista me cagaba a bocinazos cuando tenía todo el ancho de la calle para pasar por donde quisiera. No me inmuté, aunque pude escuchar como me saludaba no muy amablemente cuando finalmente pasa por donde tenía que hacerlo. En fin …. “Yo vivo en una ciudad, donde la prisa del diario trajín, parece un film de Carlitos Chaplin, aunque sin comicidad“

Al llegar a la estación comprobé que la concurrencia, a pesar del frío era muy numerosa , compré unos pañuelos de papel y un lamentable sándwich de pebete ante la incertidumbre de encontrar comida en destino. Ante mi consulta, Juan me cuenta que Horacio no sería de la partida, …. Así que comencé a preocuparme por el destino que le daría al exceso de latas, ya luego de una intensa jornada en los senderos, resultaría inconveniente, volver con sobrepeso.

Al llegar a Pilar nos dirigimos a Ecoextreme y esta vez bajamos por una especie de tobogán de cemento, ubicado a un costado del puente ni bien se cruza el Río Luján. Ya en el parque, “los nuevos” llenaron los formularios de rigor y en unos minutos estábamos pedaleando en el circuito. Los punteros, tomaron por el sendero marcado con flechas celestes, que presenta baja dificultad. Arrancamos la vuelta a buena velocidad en medio de una impresionante arboleda. El sendero de trazado amable, pero interesante estaba muy bien hasta que llegamos al barro. Allí comencé a tomar algunos atajos ya que no estaba intensado en repetir “The Escobar Experience”, así y todo pasé algunos charcos interesantes, mientras fui observador privilegiado de varias caídas.

Encaramos un segundo circuito celeste libre de barro, con suaves subidas y bajadas, la pedaleada transcurría placidamente cuando inesperadamente mi bicicleta se clava y yo la abandono volando por encima de ella unos cuando metros. Ya en el piso la veo pasar por encima mío y la atrapo en el aire. Desconcertado y sin saber si reírme o llorar me reincorporo tratando de encontrar alguna explicación al suceso. Zenderito, único testigo del hecho, atribuyó la responsabilidad de accidente a un inoportuno tocón que asomaba en el medio del camino, liberándome al menos, del dolor de ser el responsable de tan vergonzante caída. Resultado: fuerte contusión de la parrilla intercostal izquierda, y raspón de unos 40 cm. en el muslo interno de pierna derecha y contusiones varias.

Superado el suceso y el sendero fácil, el grupo entero se dirigió a almorzar. Al escuálido sándwich adquirido en Retiro le sumé 2 empanadas de carne, que realmente estaban recomendables, buena masa casera y muy buen relleno. La cerveza estaba helada y la primera lata se esfumó antes de lo esperado. La charla en la mesa se extendió lo suficiente como para aligerar aunque sea en algo mi equipaje de regreso. Al cabo del almuerzo solo quedaba una lata para acarrear en el regreso.

Cuando todo el grupo hubo terminado su almuerzo, la emprendimos por caminos mas escarpados cercanos a “la olla” allí pasé varias subidas y bajadas que no había sorteado en mi primera visita y muchas otras las transité a pie para lograr un reconocimiento profundo del terreno que me sea útil en el futuro.

Finalmente, el sendero nos colocó frente al puente colgante, asignatura pendiente de mi anterior visita. Al observar a los primeros cruzarlo, me juramenté que, ésta vez, lo atravesaría airoso. Mi turno era después de Claudina, quien entusiasta, emprendió la travesía con su nueva Vairo. Cuando parecía que lograría su cometido sin problemas observo que se inclina peligrosamente hacia la derecha y cae del puente en dirección a las aguas del arroyo inferior. Afortunadamente logró asirse de una rama y permaneció cabeza abajo unida a su bici, mientras esperaba el auxilio del grupo cercano, que tardó algo en reaccionar, al no poder creer lo que estaba sucediendo. A pesar del intimidador espectáculo que acababa de presenciar tomé aire y luego de un instante de hesitación atravesé el puente sin inconveniente alguno montando sobre mi bicicleta y no cargándola yo a ella como la última vez.

Envalentonado por el logro acometí algunas bajadas importantes y sus correspondientes subidas con buen suceso. Luego, el camino nos llevó a una bajada no muy pronunciada que terminaba en una curva seguida de una fuerte pendiente ascendente. Observé que varios tuvieron dificultan en la subida por lo que planifiqué cuidadosamente las relaciones de marcha a utilizar. Me deslicé hacia abajo, tomé la curva a buen ritmo y con la relación adecuada la subida se me hacía fácil, con una sonrisa dibujada en los labios por estar a poco metros de un logro, para mi importante, noto que la rueda delantera se levanta peligrosamente como las manos de un caballo salvaje. Resultado caigo de espaldas y ruedo unos metros sin otras consecuencias que algunos raspones en mi pierna derecha.

Luego de eso la mayoría de nosotros, se dirigió a la salida del circuito para descansar un poco, antes de la vuelta a casa. El sol estaba hermoso así que me quedé en mangas cortas por un rato. Al revisar mi bolsito en busca de la remera térmica que tenia previsto usar a la vuelta noto que la última y solitaria lata aún mantenía una temperatura ideal, así que decido reponer mis fluidos con esta última cerveza y de paso lograr el objetivo mas preciado de todo ciclista “aligerar el peso de la bici”

Varios decidieron lavar sus bicis, cosa que no hice y de lo cual me arrepiento profundamente porque intentar el lavado en el balcón no será tarea fácil. Salimos del parque cerca de las 17Hs, pensando que antes de las nueve estaríamos en Buenos Aires, Luego de casi una hora de pedaleo Max nos avisa que Ian y Claudina estaban parados atrás reparando una pinchadura. El grupo se detuvo a esperarlos, pero dado que no llegaban y el tiempo pasaba, una parte del volvió por ellos y otra parte se dirigió a una estación de servicio donde esperaría a los rezagados.

Luego de una espera relativamente larga el grupo llegó a la estación donde estábamos y previo descanso de los recién llegados, seguimos camino por la colectora a esa hora bastante transitada. Solo nos detuvo un ligero desperfecto en los cambios de una bici rápidamente solucionado a eso de las 21,40 estábamos ingresando a capital por Parque Sarmiento, lugar donde el grupo empezó a desmembrase, La mayoría fue para Núñez y Ian, Claudina, Carla y yo nos fuimos por Triunvirato.

Al llegar, me comí una buena porción de Flan casero con dulce de leche, me bañe y me fui a la cama. A los pocos minutos un intenso calambre en los músculos posteriores del muslo, me exigieron una elongación importante y la búsqueda desesperada de un corcho, que debía protegerme de nuevos calambres durante el resto de la noche. Luego de una intensa búsqueda, pude finalmente encontrar un corcho de corcho y dormí placidamente hasta las 7 de la mañana.º

Hoy amanecí bárbaro, me duele el lado izquierdo del torso, tengo un moretón de aquellos en la pierna, deberé tratar ciertos raspones sin mucha importancia, pero sobre todo ¡¡Estoy feliz!!

domingo, 24 de junio de 2012

EL DIA DE LOS SANTOS (a falta de San Vicente, San Isidro)


Con mi permiso mensual de pedaleo totalmente agotado. Trasnochado a causa de mi asistencia a la anteúltima función de Burladero. Sin compañía a la vista para una pedaleada matinal, me dediqué a remolonear y prepararme unas tostadas con manteca y dulce de leche para el desayuno. Finalmente, a eso de las 9,30 hs. decidí salir a dar una vueltita en bici. Pedaleé tranquilo hasta Palermo, sin otra intencíón que dar unas vueltas por los bosques, pero como una carrera de calle dificultaba mi desplazamiento, ….me dije ¿Y si me hago una escapada veloz a San Isidro? Siiii, me contesté,mientras pensaba, a falta de San Vicente bueno será San Isidro y puse otra energía en los pedales para alcanzar velocidades superiores. Tomé por el paseo costero y desde Olivos a San Isidro fui por Libertador. Vuelta por la misma arteria y Coronel Díaz..

Resumen

  • Distancia: 47,02 km
  • Tiempo: 137 minutos
  • Vel media: 20.6 km
  • Frecuencia cardíaca
  • *máxima: 164
  • *media: 146
  • *mínima:120
  • Total de latidos 19483
  • Calorías gastadas: 2284 (casi 4 litros de birra)


Cuidado Hijos del Viento, su abuelito esá entrenando. Jajaja

lunes, 4 de junio de 2012

MERLO, ZAPIOLA, CAÑUELAS (Un tortuoso camino a los canelones)



Pedaleaba por independencia rumbo al oeste, al final de una inolvidable jornada, reconfortándome al pensar lo cerca que estaba de casa.  En 10 minutos estaría bajo la ducha caliente y en 20 en la cama, tapado hasta las orejas,  en esa ensoñación estaba cuando de repente la cámara de mi rueda trasera dijo basta, .... fue entonces que entré en pánico.

La mañana había comenzado tempranito, buscando a mi hija Ana Clara a un cumple de 15, la hora indicada por ella fue las 6 de la mañana, pero a sabiendas que los finales siempre se extienden, me apersoné en el lugar a las 6.30.  El desayuno se extendería un rato más, así que me dispuse a esperar, no obstante antes de quince minutos, estaba camino a casa.

Mientras ella se preparaba para ir a dormir, yo me aprestaba a partir rumbo a Once,... con todo listo esperé unos quince o veinte minutos antes de emprender el viaje,  para no llegar demasiado temprano a la estación.    Cerca de las ocho y cuarto, abordamos el tren rumbo a Merlo. Ante la ausencia de vidrios en las ventanas, la moderada velocidad del tren fue suficiente para hacer descender unos cuantos grados la sensación térmica de esa fría mañana de junio.

A pesar de la ventilación, oleadas de humo de cierta hierba subtropical nos envolvía cada tanto, mientras una suerte de Sérpico del subdesarrollo que deambulaba por el vagón, presuntamente preservando la seguridad, llamó la atención de muchos y el resquemor de varios que vigilábamos disimuladamente su derrotero.

Cerca ya de Merlo, un vendedor de cuellitos de Polar, a 10 pesos la unidad, hizo su Agosto en Junio gracias a la gélida mañana.  Alejandra, miraba la shoppinesca escena con un dejo de melancolía, tal vez pensando en los 120 mangos que había pagado por su flamante pasamontañas de acreditada marca e idéntica función.  Varios la consolamos alabando la calidad y el estilo de su prenda para que no caiga en un pozo depresivo, que empañara un dia que pintaba brillante. Aún a costa de cierta mentira piadosa, lo logramos.

A pocas cuadras de la estación Merlo, realizamos una mini parada técnica para confeccionar el listado de preferencias gastronómicas de cada participante.  Tras esa tarea vital, emprendimos viaje por la ruta 200 a nuestro primer destino,  Las Heras. Como el tránsito era intenso, alternamos varios tramos a uno y otro lado de las vías del tren.

Al cruzar la ruta 6 el viento (en contra, como siempre) pareció arreciar y la velocidad del grupo se redujo notoriamente.  No hubo “andar a rueda” que valga, parecía como que Papá Viento estaba enojado porque 2 de sus hijos habían salido sin avisarle. El periplo hasta Las Heras demandó más de lo previsto y el cansancio de varios alargó la nueva parada a casi cuarenta y cinco minutos.  Por ello, algunos de los más jòvenes, a falta de cerveza, nos fuimos a tomar solcito a la vereda de enfrente.

Al salir del pueblo rumbo a Zapiola, el camino asustaba por lo irregular, la constante vibración y los fuertes sacudones, hicieron que en algún momento temiera por la suerte de mis implantes que, afortunadamente, salieron indemnes.

De todas las fuerzas de la naturaleza, el Agua ya nos había sido adversa en Escobar al transformar plácidos caminos rurales, en casi ciénagas. Ahora nuestra adversidad venía de la mano de la Tierra, materializada en caminos aspérrimos y del Aire que cargado de energía cinética trataba de detener nuestra marcha.  Por suerte el Fuego, dominado desde antaño por el hombre, estaba contribuyendo ahora mismo a cocer los alimentos que degustaríamos en Zapiola, pensé.

Ese día Eolo (creo que era griego el chabón) haciendo gala del poder y la arbitrariedad que solo tienen los dioses, se interponía obstinadamente, entre un pequeños grupo de ciclistas y las fuentes de pasta asciutta que nos esperaban en destino.  Si llegábamos, claro. ¿Porque éstos dioses importados no se ocuparán de cosas más trascendentales? Pensé mientras lidiaba con los pedales.

Finalmente cuando ya casi había perdido las esperanzas, divisé unos cuantos centenares de metros al frente y a la derecha una construcción que inequívocamente partencia a una estación ferroviaria.  Era Zapiola. Por fin, habíamos llegado.  A las tres y media de la tarde, cansados y famélicos, ingresamos al almacén por los fondos. Luego de un instante de sobresalto por la quietud del lugar, que parecía vacío vimos la mesa puesta.  Respiré

Como el viaje de ida nos había llevado casi dos horas mas de lo previsto,  la idea fue comer y seguir.  Entonces en menos de noventa minutos estuvimos listos para partir. Comimos lengua a la vinagreta, muy buena; tallarines con estofado, en mi caso casi dos platos y ensalada de frutas como postre. Gaseosas “ad libitum”, vino y Quilmes a falta de Stella fue la bebida.

En la micro sobremesa, mientras de Alejandro P, cabeceaba de un modo tal que hubiera sido la envidia del mismísimo Martín Palermo, Diana trató sin éxito, de capturar el momento para la página de amigos, Luis comentaba que la mejor manera de encarar una curva en dos ruedas era mirar el final de la misma, mientas yo me esforzaba en recordar las coordenadas del baño.

Previa foto en la estación del tren, comenzamos el viaje rumbo a Cañuelas y al poco tiempo percibí un problema de geometría entre mi bici y yo. Claramente, el ángulo que formaba mi tronco con una imaginaria línea horizontal al piso era menor al que, en ese momento soportaba mí dilatado abdomen, con lo cual la tangente que partía desde mi ombligo en dirección al suelo pasaba 20 cm. atrás de la caja pedalera, lo que me proporcionaba una posición inadecuada de pedaleo.  ¿Se entendió? ¿No? Bueno, ...  me sentía como el culo pedaleando después de haber comido como un cerdo.  En ese momento extrañaba una decumbente, aunque nunca había tenido la experiencia de pedalearlas, era seguro que mi abdomen estaría más confortable.

El viaje a Cañuelas, tuvo de todo. Al principio un camino en muy buen estado que presagiaba una rápida vuelta a casa, luego otro que por la cantidad de pasto evidenciaba poco tránsito y que, de a poco, se transformó en un picadero prácticamente, intransitable.

El sol fue bajando y con él la temperatura. Aún en medio de la tarde una hermosa luna llena parecía guiarnos; cuantas cosas nos perdemos todos los días sin casi darnos cuenta. De a poco, fui sintiendo más y más frío a pesar de lo enérgico del pedaleo. Ya con el sol cercano al horizonte, mi enfriamiento continuó a ritmo sostenido, hasta que tiritando decidí detenerme para vestir mi rompevientos.  Estaba al borde de la hipotermia (léase cagadode frío) y encima con calzas cortas.

A esa altura, en medio de la noche y temblando casi sin parar parecía un IROMAN de gelatina.  Cada nueva parada, y fueron varias, resultó ser un suplicio porque entonces el frío superaba al agotamiento.  Por fin luego de casi 13 horas de nuestra partida desde Once llegamos a Cañuelas y por suerte el tren estaba allí.  Subimos y al poco tiempo estábamos viajando rumbo a Ezeiza.  Mientras un "estrenador" de bicicleta elongaba con cara de “que estoy haciendo yo aquí”, nos divertíamos recordando la improvisada badana que “inventó” en medio del camino para superar la dureza del asiento.

Llegamos a Ezeiza a las 21 y en pocos minutos llegó el tren que nos conduciría a Constitución.  No era el Tren Bala, pero comparado con el Sarmiento, parecía el Oriente Express. Ya acomodado en el vagón, comí ...  comimos, los peores panchos de nuestra existencia, como si fuera un manjar;  porque luego del esfuerzo y el frío del camino las calorías ingeridas en Zapiola no eran más que un lejano recuerdo. Un poco pasadas las diez de la noche estábamos en Constitución, o sea en casa.

Pedaleaba por independencia rumbo al oeste, al final de una inolvidable jornada, ya presentía la calidez del hogar.  En 10 minutos estaría bajo la ducha caliente y en 20 arropado en la cama hasta mañana, en esa ensoñación estaba cuando de repente mi rueda trasera dijo basta....

¡Entré en pánico! No estaba en condiciones de pensar que hacer en esas circunstancias, mucho menos en condiciones de hacer lo que fuera necesario. Rápidamente, me di cuenta que no había motivo para el pánico, NO ESTABA SOLO, el grupo entero bancó esta pinchadura, sin duda la más inoportuna de todo el trayecto. Antes que pudiera reaccionar Adrián había sacado la rueda y colocado mi cámara de repuesto, operación, que tuvo que repetir, con una cámara emparchada que Ian me dió a cambio de la mía. Por fin, gracias a todos puede llegar a casa cansado, con frío, pero feliz.

¿Si todo lo aquí escrito es cierto?.... y lo es, algunos se preguntarán por que lo hacemos.  Una vez ante una travesura de secundaria -saludamos a una profesorcita de inglés, muy bonita ella, con una lluvia de papelitos- otra profe, algo mayor, haciéndose la compinche me pregunta ¿Y a usted Ferrari que es tan serio, le divierte esto?  Si,  le contesté.  La respuesta, antes como ahora, es sencilla. Lo hacemos porque nos divierte.  ¿Por que nos divierte? es otra historia….