jueves, 26 de septiembre de 2013

SALIDA SORPRESA DE PRIMAVERA



Mi principal interés en participar de esta salida, fue su duración -2 días- lo cual me daría la posibilidad de ventilar la carpa que estaba bien guardada desde mi primera travesía entre Bariloche y SM de los Andes que algún día contaré.
La semana previa al viaje, la pasé consultando compulsivamente los pronósticos extendidos de "The Weather Channel", que anunciaban un fin de semana fresco y soleado, tiempo ideal para el pedaleo. La mañana del viernes mostró un pequeño cambio en el pronóstico que ahora anunciaba un finde “algo nublado y fresco y con muy baja probabilidad de lluvias” nada alarmante ni mucho menos.
El sábado, a causa de la inquietud previa al viaje me desperté mas temprano que lo habitual. A eso de las 5 AM estaba preparando el desayuno y acomodando los bártulos que, curiosamente, ocupaban casi tanto espacio como los que cargué durante 7 días, por los caminos del sur. Miro por la ventana y el día pintaba excelente así que añadí a la carga un protector solar, con lo cual esperaba estar a cubierto del sol primaveral.
Pasadas las 8 AM salí rumbo a Caballito, para unirme con el grupo. Allí, previa carga de las bicis en el trailer, abordamos el tren con destino a Merlo. El viaje sin las bicis fue cómodo y distendido y hasta tuvimos la oportunidad de experimentar un vagón doble piso, en el que por momentos me sentí en otros lares. Durante el viaje, nos acompañó la duda acerca de sí el ramal Merlo-Lobos iba a funcionar o no ese sábado. Por ello, barajamos la posibilidad de hacer ese trayecto pedaleando o en colectivo. Finalmente el tren anduvo y llegamos a Marcos Paz a la hora prevista.
En Marcos Paz, mientras esperábamos la llegada de las bicis, el grueso del grupo, optó por un refuerzo de desayuno mientras que Sendero y yo nos quedamos un rato afuera, charlando y mirando de reojo como el tiempo iba desmejorando de una manera impensada hasta sólo unos minutos atrás.
Con las bicis ya listas, para arrancar la travesía, una enorme nube negra se había estacionado sobre nuestras cabezas. Es una nube pasajera, creí escuchar que decía Coty Oswald: Esta expresión, provenía de una experta lo que me dio mucha tranquilidad para encarar el camino. Al iniciar el viaje, nos acompaño una leve garúa que pronto se convirtió en una molesta llovizna. Todos pensábamos, que pronto nos abandonaría, pero nos equivocamos ...... La pertinaz llovizna se convirtió en intensa lluvia, que con altibajos nos acompañó hasta nuestra primera parada en Villars.
Camino a Villars, una calle cerrada de manera inconsulta por un barrio privado, nos obligó a nuestro primer desvío. Cruzamos un alambrado para llegar a la vía del tren que por suerte es territorio federal y por lo tanto de libre tránsito. De esta forma, ya bajo intensa lluvia, sorteamos el inesperado obstáculo, a través de un hermoso trayecto por ocasiones dentro de una arboleda que bordeaba las vías y en otras atravesando con algún esfuerzo viejos y deteriorados puentes ferroviarios. Cuando llegamos a Villars la lluvia había amainado, mi elemental y algo trucha campera de lluvia había cumplido su cometido y para tranquilidad de todos encontramos un boliche abierto, donde saciar nuestra sed y comer algo, antes de continuar la travesía. Nos alimentamos mayoritariamente con milanésas o pastas. Nos hidratamos, algunos con cerveza, y otros; ignorantes de cualidades isotónicas de la birra, se inclinaron por el Gatorade, ¡pobrecitos! Promediando el almuerzo notamos que la lluvia había parado. Maldición, va ser un día hermoso .....
Nos disponíamos a partir, cuando la lluvia comenzó de nuevo y esta vez, decidió acompañarnos durante toda la tarde hasta casi la llegada a destino. El abundante barro en ciertos lugares del camino indicaba recientes lluvias torrenciales. Disfrutaba de la lluvia en mi rostro cuando un inesperado llamado de la naturaleza, me hizo apartar del grupo para aprovechar el reparo y privacidad que brindaba una añosa cortina de Eucaliptos. Ahí estaba ca .... vilando, cuando el zumbido de una abeja, que sobrevolaba mi cabeza me trajo recuerdos de otros tiempos. Fue entonces, cuando me di cuenta que había transitado ese mismo camino durante años y casi sin haberlo visto, .... Que distinto se ve todo desde la bici, gracias a dios que vine, pensé...
Cumplido el mandato natural, me reincorporé al grupo que, más por prudencia que por pudor, me esperaba unos 700 metros adelante. Pocos minutos después, cruzamos el arroyo ”El Durazno” que en ese momento se veía con buen caudal de agua, producto, seguramente, de lluvias fuertes en la parte alta de la cuenca.
Finalmente tras casi 40 Km de tierra, barro, vías y puentes ferroviarios con su ya folklórica falta de durmientes, llegamos a destino, Lozano. Lozano es hoy, un agónico caserío, donde sus construcciones más destacadas son un almacén ubicado en el cruce de caminos, la escuela, la vieja estación de trenes y justo enfrente, la pulpería, seguramente el embrión de un pueblo que no fue.
Luego de dejar las bicis en el andén de la vieja estación, organizamos nuestro aposento para esa noche ....el viejo galpón de la estación.. Dado el mal tiempo reinante ni atiné a armar la carpa y acomodé mis petates en el galpón.. Hecho esto, dimos una pequeña vuelta por el caserío y mientras Guillermo me instruía sobre la arquitectura de la estación, construida por una empresa francesa, Leonel deslizó una frase que me conmovió “desmantelar los ferrocarriles, es equivalente a dinamitar las rutas”: ¡¡¡Cuanta verdad!!!
El tiempo inclemente invitaba al viejo boliche donde un grupo armó una mesada de truco, con vino y todo, en tanto otros conversaban amuchados cerca de la salamandra. Serían las seis de la tarde cuando, en bicicleta, llegó un paisano que acodado al mostrador, pidió un vino.

 
A eso de las ocho se sirvió la cena, unos ravioles caseros como los que hacia mi vieja y que a veces, bajo su estricta supervisión, yo cortaba con una ruedita metálica de bordes ondulados. Me comí dos platos repletos y hubieron quienes dieron cuenta de tres. De postre pastelitos rellenos con dulce de membrillo. Todo tan light que le haría agua la boca al mismísimo Cormillot. Cuando nos retiramos a dormir el paisano seguía ahí, apurando vaso tras vaso, no sabemos como hizo para llegar a su casa pero, al día siguiente, desde el boliche nos confirmaron que llegó bien.
Cuando el grueso del grupo llegó al galpón, ya había quienes estaban en brazos de Morfeo y lo hacían notar con ronquidos con diversas tonalidades y ritmos. Hubo algunos minutos de algarabía y comentarios varios sobre nuestros somnolientos amigos, hasta que lentamente todos quedamos dormidos. Durante la noche, se escucharon algunos ruidos en el galpón que parecían provenir del techo, hubo distintas conjeturas sobre su origen, desde aquellas que los atribuían a algún tipo de alimaña, a las que los adjudicaban a cuestiones meramente físicas. Yo, por mi parte, me inclino a pensar que se trataba del fantasma del último jefe de la estación, quizás disconforme con nuestra presencia en el lugar.
La mañana siguiente se presentó fría pero ya sin riesgo de lluvias. Luego de un pantagruélico desayuno en el cual sobresalieron las tortas fritas y el café con leche recién ordeñada, arrancamos con destino a Luján.
La lluvia del día anterior, nos depararía variados caminos, desde aquellos en los cuales la lluvia contribuyó a compactar la arena, hasta otros en los cuales tuvimos que transitar por complicadas y barrosas huellas. Luego de algunas horas de marcha llegamos a Enrique Fynn, antigua estación ferroviaria ya sin vías, donde visitamos una antigua y modesta capilla. Mientras algunos disfrutaban fotografiando el edificio, otros observaban con malicia y algo de gula, los corderos que pastaban en el campo vecino, imaginándolos tal vez como nuestro próximo almuerzo.
Saliendo de Fynn, comencé a sentir mucha dificultad para hacer avanzar la bici pero con esfuerzo seguí adelante. Cinco kilómetros más adelante Alejandro notó la falta de su celular y tuvo que regresar en su búsqueda, afortunadamente lo encontró frente a la capilla. El resto del grupo continúo hacia Plomer donde estaba previsto el almuerzo, a poco de andar veo que mi rueda delantera está baja. Luego del obligado reemplazo de la cámara la bicicleta rueda mejor, evidentemente venia con la rueda baja desde unos cuantos kilómetros atrás. El pinchazo me hizo ver con total claridad que mi vieja y querida Tioga que me acompaño por tantos caminos, había llegado a su fin
Al llegar al Plomer, ya bajo un sol intenso, nos acomodamos en la estación donde almorzamos y descansamos un rato. En eso estábamos cuando un grupo de motociclistas aparece transitando por las vías en dirección a La Choza, así es más fácil pensé.
Nuestros próximos destinos eran, La Choza, Sommers y finalmente Luján pero faltaba mucho aún. El tramo a La Choza fue por la vía y al llegar estaba casi convertido en un experto en el cruce de puentes ferroviarios donde siempre falta algún durmiente en el lugar más inesperado. Atrás había quedado aquel mal recuerdo de mi primer travesía en bici en la cual quedé varado sobre el arroyo Las Garzas durante más de 15 minutos hasta que alguien acudió a mi rescate.
Pasando Sommers, y tras unos cuantos Km de un camino durísimo, aprovechando la parada sobre un puente para sacar algunas fotos fui invitado a abordar la camioneta para descansar un rato. Mi “biciestima”, me mantuvo sobre las dos ruedas y a los pocos Km llegamos a la ruta 47 que tras algo mas de 14 Km de asfalto que transcurrieron con placer, llegamos a la estación de Luján justo para abordar el tren.
Viajamos cómodos y llegamos a Caballito algo pasadas las 20 horas, como la camioneta había tenido un pequeño desperfecto, aprovechamos la espera para comer algunas pizzas y tomar algo. A las 22.30 estaba a punto de ingresar a la ducha. Había terminado uno de mis mejores viajes en bici.